Storytelling en salud. Un viaje entre ciencia y emociones.

Los humanos llevamos contando historias desde el principio de los tiempos. Cuando todavía vivíamos en cuevas, las pintábamos en las paredes. Los juglares y trovadores las cantaban… y hoy en día nos las mandamos por whatsapp o consumimos en forma de serie, peli o podcast. Pero ahí están. Son algo casi intrínseco de nuestra especie porque nos ayuda a entender el mundo, darle sentido a lo complejo y, sobre todo, a conectar con quienes nos rodean. 

Si hablamos de comunicación en salud, no iban a ser menos. En nuestro sector, un buen storytelling puede conseguir cambiar la percepción de una enfermedad, motivar a alguien a buscar asistencia médica o incluso salvar vidas. 

Más que datos: emociones

La ciencia es fascinante, pero los datos por sí solos no siempre consiguen traspasar el muro de lo racional. Sin embargo, eso sí lo vamos a lograr con las emociones si las utilizamos como puente entre la información y la acción. Si queremos que un mensaje en salud llegue, necesitamos historias que hablen De las personas, A las personas. 

Las cifras son importantes pero una vez leídas las “borramos”. Es fundamental trasladarlas mediante equivalencias que sean reconocibles por nuestro público y utilizar analogías o metáforas que ayuden a visualizar y nos hagan sentir esa información. Los números no permanecen, las emociones sí.

¿Recuerdas la página esa en la que te mostraban el azúcar que contenían varios productos poniéndote al lado el número de terrones de azúcar correspondiente para que realmente pudieses verlo? Pues eso. 

El equilibrio entre rigor y cercanía

Aquí está el reto. El storytelling en salud no puede permitirse ser ficción; necesita un rigor absoluto. Pero esto no significa que deba ser frío o distante. La clave está en encontrar ese punto medio: narrativas claras, basadas en la evidencia, pero contadas con un lenguaje accesible y cercano. Es como traducir un idioma técnico a uno humano sin perder ni una sola palabra clave.

Por ejemplo, si hablamos de prevención, nunca será suficiente decir: “Haz ejercicio regularmente, ¡es algo buenísimo para ti!”. En esa frase no hay ninguna mentira pero siempre será mucho más poderoso mostrar cómo el movimiento diario puede transformar la vida de alguien. El mensaje es el mismo, pero con una historia detrás, adquiere peso.

Una invitación a pensar, sentir y actuar

Cuando creamos historias, debemos recordar que no buscamos simplemente informar. Queremos invitar a las personas a reflexionar, a identificarse, a actuar. Cada historia debe tener un propósito claro: generar empatía, inspirar curiosidad o empujar a tomar decisiones responsables. Pero esto no significa caer en fórmulas simplistas. Una buena narrativa siempre respeta la inteligencia de la audiencia.

¿Y qué hace que una historia funcione?

Aunque no soy fan de las listas (o quizás sí, dependiendo del café que me haya tomado), hay ciertos elementos que no pueden faltar en una narrativa en salud:

• Personas reales, problemas reales. Las historias deben reflejar experiencias que cualquiera pueda reconocer o imaginar.
• Un conflicto que se resuelva. Sin un desafío, la historia carece de fuerza. En salud, ese conflicto puede ser una enfermedad, una barrera social o incluso un prejuicio.
• Un mensaje claro. Más allá de la emoción, debe haber una idea que perdure. Algo que la audiencia pueda llevarse consigo.

Las historias importan, y mucho

En el sector salud, no comunicamos por moda ni por vender productos “vacíos”. Nos dirigimos a personas, a sus vidas, a sus esperanzas y a las soluciones que pueden cambiar su día a día. Cada historia que compartimos tiene el poder de transformar algo, de dejar huella. Por eso, la próxima vez que afrontemos el desafío de comunicar en este sector, preguntémonos: ¿Qué queremos provocar en quienes nos escuchan? ¿Qué queremos que comprendan y cómo podemos moverlos a actuar? La respuesta estará, como siempre, en una buena historia.